Leyenda del Cerro Partido

Pancho Rojas era un hombre que todas las mañanas salía al campo para que sus borregos comieran. Un día llegó cerca del Cerro Partido, un pequeño cerro que parece estar dividido en dos, y recordó lo que muchos de sus amigos le contaban. La gente creía que dentro del cerro se encontraba un tesoro de joyas y oro, pero que nadie se había atrevido a sacar.

Fue entonces cuando Pancho dejo su ganado por un momento y comenzó a subir el cerro. Después de casi una hora de estar dando vueltas, encontró una cueva muy oscura. Al verla, pensó en todo el oro que podía encontrar así que no tuvo miedo de entrar entre la oscuridad.

 

Para su sorpresa si había un gran tesoro esperando dentro de esa cueva, Pancho se alegró de inmediato y hasta grito de felicidad. Sacó un par de costales que llevaba y rápidamente empezó a meter todo lo que podía tomar dentro de ellos. Las monedas de oro y joyas eran tantas que los dos costales estaban desbordando.

Justo cuando cargó sus costales para sacarlos, escuchó una fuerte voz que venía del interior de la cueva y que le dijo que debía llevar la mitad de ese oro como ofrenda a la virgen de la iglesia del pueblo. De esta forma Pancho podría gozar de la mitad de esa fortuna sin problemas.

Aunque el hombre aceptó, cuando pasó cerca de la capilla decidió no dejar ni una sola moneda de oro como ofrenda y siguió de largo. Esta decisión le costó caro ya que al instante todo el oro que llevaba con él se convirtió en carbón, y además sus borregos cayeron muertos repentinamente.

Pancho regresó corriendo a la cueva con la esperanza de llenar nuevamente sus costales de oro y ahora si dejar una ofrenda a la virgen. Pero al llegar al cerro, la misteriosa cueva ya había desaparecido. La buscó por más de tres horas, pero el Cerro Partido parecía haberse tragado todo el oro y la cueva.

Se dice que esta cueva se muestra solamente una vez a cada persona y si se sabe aprovechar la oportunidad de gozará de riquezas. Pero si se comete una falta, entonces tendrán que sufrir desgracias hasta quedar en la ruina por la avaricia.

 

 

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